¿Dr. Livingstone. Supongo?

Confeccionar un mapamundi topográfico a principios del siglo XIX no debía de ser fácil. Al sur del Sáhara, la tarea terminaba abruptamente porque de África únicamente se podía trazar un impreciso perfil. Cien años después, no quedaba un palmo del continente negro por cartografiar. En solo diez décadas, Europa logró desvelar todos sus enigmas.

En este significativo avance, tuvo mucho que ver la obstinación de un puñado de aventureros que, apoyados por sociedades filantrópicas, gobiernos y medios de comunicación, arriesgaron sus vidas para ubicar ríos, lagos y cataratas sobre el papel. Todos ellos sucumbieron al encanto de la última frontera del hombre blanco.

Atraídos por ese halo novelesco y la promesa de fama y fortuna, personajes de distinta calaña e intenciones abordaron el continente. Por ejemplo, los ambiciosos Burke y Speke, que cargaron con una peculiar relación de amor y odio a partes iguales. Descubrieron juntos el lago Tanganika, pero se pelearon antes de llegar a las fuentes del Nilo. O el desventurado Mungo Park, que intentó dos veces remontar el Níger y pereció ahogado. Por último, el joven obrero francés Caillié, que se disfrazó de mercader árabe para llegar a pie a Tombuctú. Allí descubrió que ya no quedaba nada de las glorias descritas por León el Africano.

Un hombre ante las injusticias

Pero la lista sería incompleta si no incluyésemos a dos exploradores más, de personalidades y motivaciones antagónicas, que alcanzaron fama mundial tras protagonizar un histórico encuentro en el corazón de África: el misionero escocés David Livingstone y el joven
periodista Henry M. Stanley.

El primero, médico y teólogo, pisó África por primera vez en 1840. Durante ocho años, ejerció como misionero, cruzó el desierto de Kalahari y allí descubrió con horror las atrocidades perpetradas en pro del tráfico de esclavos. A partir de entonces, hizo de la lucha contra la trata de seres humanos su leit motiv. Inundó de cartas sobre el tema los tabloides ingleses y consiguió una merecida fama como autoridad en la materia. Gracias a su reputación, consiguió la financiación necesaria para continuar con sus exploraciones. Remontó el río Zambeze, bautizó las cataratas Victoria y cruzó el África Negra de este a oeste.

En paradero desconocido

En 1870, se perdió su pista cuando trataba de encontrar las fuentes del Nilo. Corrieron rumores de que había muerto y sus fieles lectores presionaron para conocer la verdad. El testigo lo recogió el New York Herald, que encargó su búsqueda a un joven periodista. Se trataba de Henry Morton Stanley, británico nacionalizado estadounidense, ex combatiente de la Guerra de Secesión y buscador de fortuna
profesional.

Aceptó el encargo y partió en marzo de 1871 a la cabeza de una expedición con 192 porteadores y 1.000 dólares en el bolsillo. Y lo logró. Siete meses más tarde, atraído por los rumores de que un anciano blanco se había instalado en las orillas del lago Tanganika, hizo su entrada en el poblado de Ujiji. Allí encontró al misionero muy enfermo.

Una frase para la historia

"Hubiera querido abrazarle, pero él era inglés y yo ignoraba cómo me recibiría. Hice pues lo que me dictaron la cobardía y un falso orgullo. Me acerqué deliberadamente y dije descubriéndome: el doctor Livingstone, supongo". Así contó después Stanley en sus crónicas del viaje cómo se había producido el histórico encuentro.

Cuando Livingstone se recuperó, recorrieron juntos durante meses la zona de los Grandes Lagos. A pesar de sus palpables diferencias -Livingstone era un idealista religioso y Stanley, un buscavidas con ambición desmedida y fama de racista- se hicieron amigos. Hasta marzo de 1872, Stanley intentó convencerle para regresar a Europa. Pero no hubo forma. Livingstone siguió su camino y remontó el río Lualaba. Nunca volvería a pisar Inglaterra: falleció un año más tarde.

Stanley, por su parte, alcanzó la fama y regresó varias veces a África, vendiendo sus servicios al mejor postor, a pesar de ser cuestionado por su falta de escrúpulos y su carácter violento.

El siglo XIX expiraba y con él, los grandes exploradores que, consciente o inconscientemente, descubrieron con sus relatos las posibilidades económicas del continente africano. En 1884, las potencias coloniales europeas corren a Berlín para repartirse el pastel. África fue dividida y algunos de los conflictos provocados por la imposición de aquellas ficticias fronteras perduran.

Biografía: Un misionero en contra del tráfico de esclavos

Sus primeros viajes

Livingstone nació el 19 de marzo de 1813 en Blantyre, Escocia. Tras licenciarse en Medicina, partió para su primer servicio como misionero en África del Sur. Llegó a Karuman en 1841 y, desde allí, avanzó hacia el norte, adentrándose en regiones donde ningún europeo había llegado.

Desmontando áfrica

En 1858, abandonó la compañía misionera y el Gobierno británico le nombró cónsul en Mozambique. Cuando exploraba las tierras que rodean el lago Nyasa, Livingstone empezó a tomar conciencia del problema del tráfico de esclavos al que eran sometidos los indígenas por parte de árabes y portugueses.

"¿Qué pasa en el mundo?"

Después de sufrir grandes calamidades en su búsqueda del lago Tanganika, regresó a Ujiji, donde se encontró con una partida de rescate que dirigía Stanley. Tras el mítico saludo, Livingstone separó las cartas que le habían traído de sus hijos y dijo: "He esperado cartas durante años, algunas horas más no son nada. Dadme noticias... ¿Qué está pasando en el mundo?"

Amargo final

Livingstone nunca volvió a Europa y falleció en 1872 al lado de sus dos fieles porteadores, Susi y Chamah. Según la leyenda, extrajeron sus vísceras, llenaron el cuerpo de sal y lo secaron al sol para enviarlo de vuelta a Londres. Fue despedido como un héroe.

. domingo, 1 de junio de 2008
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